Pero él, no. El no es un lider; incluso parece esperar a los demás para seguir su camino, esos que juntos pueden cambiar cualquier realidad y para lo cual no les hace falta líderes, alcanza con su convicción. El parece tenerla... ya lleva más de 35 minutos parado en la esquina con su bandera y sus pensamientos al viento, subiendo raudamente por Garay para terminar donde la vista alcance.
Puede tratarse de una protesta... ¿Vendrán a atacarme? ¿Será él tan sólo la punta de un ovillo popular que terminará con mi consabida posición social? o sino, ¿Será el protagonista de un interminable magnicidio que sacudirá a la ciudad? En ese caso yo lo vi antes... aunque no sé si eso servirá de algo.
Lo cierto es que esa bandera dice mucho... o poco. Lo cierto es que llama la atención de todos los transeúntes, los cuales al igual que yo lo miran con sorpresa e intriga aunque rapidamente lo olvidan sin advertir que ese trapo rojo aparecerá de improvisto en sus sueños convertido en algún lienzo militar, una pollera deseada o un pañuelo ensangrentado. Es intenso, de esas intensidades que se acomodan en la memoria como si fuese un okupa en Barcelona.
Lo cierto es que nadie le pregunta que hace ahi, porque lleva esa bandera, que espera de la vida o si necesita algo... Lo cierto es que una persona parada en una esquina con una bandera roja que flamea en su mano durante casi una hora es una prueba más que suficiente de que para cambiar una realidad hace falta mucho más que convicción.
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